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viernes, 11 de abril de 2025

 Capítulo 9


Patricia se deleitaba por su situación. Mejor de lo calculado cuando empezó su doble vida, que estaba prevista desde el día que terminó su formación en Ávila. 

La subcomisaria Patricia Esteban siempre había creído que merecía más. Más lujo, más prestigio, más de todo. Su sueldo en la Policía Nacional le permitía una vida cómoda, pero no esa vida de élite que tanto anhelaba. Los restaurantes de cinco estrellas, los bolsos de diseñador, los viajes en primera clase... todo eso parecía estar siempre fuera de su alcance.  No obstante, una mujer tan inteligente como ella no se podía permitir improvisaciones en el último minuto. Quería ser paciente.

Al principio, se conformaba con pequeños caprichos, pero pronto la insatisfacción creció. "Yo arriesgo mi vida, tomo decisiones importantes... ¿y esto es lo que me dan?", pensaba con amargura. El poder que tenía como subcomisaria le abría puertas, pero no todas las que ella quería.  

Apoyada en la barandilla de su bonita terraza ─aunque todavía muy pequeña─ con un pitillo sin encender en su boca, en la comisura de los labios. Obviamente no estaba  a la vista de nadie, aunque Patricia se reía porque el cigarrillo escondía su regocijo.

Jessica no era enemigo por mucho que ella quisiera. Una denuncia anónima la dejaría fuera de juego. Patricia controlaba ese incierto eslabón de dónde apareció el Manuscrito.

Cuando alguien se acercaba demasiado a la verdad, Patricia usaba su poder para desviar la atención. Sin pudor. Filtraba casos escandalosos a la prensa para saturar a sus superiores, saboteaba carreras de colegas demasiado curiosos con falsas acusaciones. La lista completa es enorme.

¿Hasta cuándo?  

Patricia no era ingenua. Sabía que el riesgo existía, pero estaba convencida de que, con suficiente control, su juego podía durar décadas. 

"El sistema está podrido, pero solo los tontos caen", pensaba, mientras firmaba otro informe falsificado con su sonrisa de funcionaria ejemplar.  

En el camino hacia la operación más suculenta de su vida se encontraba ─como no─ Esther. La llamo para concretar una cita y Esther no puso objeciones. Es más, parecía encantada con la conversación telefónica.

Y unos días después se vieron en la librería.

Esther había preparado la reunión y el diálogo a mantener con Patricia. Pero en ningún caso esperaba lo que Patricia quería.

─Hola, señora Bonilla.

─Buenas tardes, comisaria.

─Intentaré ser breve y que usted pueda volver a su trabajo. Por cierto ¿podemos tutearnos?

─Claro que sí.

─Bien. En este pendrive hay muchos datos tuyos que podrían enviarte a la cárcel. Pero me he permitido pensar que esa solución no te atrae ─tomó aire de forma exagerada─. Y esos datos podrían no ser expuestos.

Mejor que nadie Patricia sabia los datos que contenía el pendrive. Varios ficheros en los que se veía el nombre de Esther, aunque todo muy deslavazado. Estaba apostando fuerte. Esther no pudo disimular su congoja. Patricia lo vio. Ni siquiera le ha preguntado por la operación en concreto. Pero Esther es también muy inteligente: si pregunta por algo que la policía desconoce, abriría otra brecha de culpabilidad.

Patricia no era una corrupta cualquiera. Sabía que la codicia sin inteligencia llevaba a la cárcel, así que diseñó un sistema a prueba de sospechas. Su doble vida no era fruto de la imprudencia, sino de una meticulosa estrategia.  

─¿Cómo se podría arreglar? ─preguntó Esther, mostrando cierto temblor en su voz. 

─Es muy sencillo. Tanto tú como yo nos hemos quedado solas en este mundo ─hizo una mueca trágica, fingida─. Yo te enseño como ser más hábil con las transferencias y tú me muestras cómo hacer esos negocios que te traes entre manos. Es más, a partir del Manuscrito, somos socias al 50% ─a Esther se le escapó un grito y cara de pasmo─ Vamos, vamos Esther… No me digas que no esperabas esto.

─Claro que imaginaba un acuerdo de este tipo, pero no tan grande y duradero.

─Esther, solo te pido compartir futuro. El pasado es todo tuyo.

En público, Patricia era implacable: lideraba operativos contra el crimen organizado y daba discursos sobre "honor policial". Nadie sospechaba de una mujer que arrestaba narcos mientras, en secreto, negociaba con ellos. Su imagen impecable era su mejor escudo.  

Porque hasta los peores trileros tienen quien las crea santas... y eso es lo más trágico de todo.  

Pero nadie contaba con la aparición de Claudia.

Claudia Montes era amiga de Gregorio. De Gregorio Muñoz. Unos días antes de su desaparición, estuvieron tomando un largo café en un bar cercano al lugar de trabajo de Claudia.

En un mundo de cinismo, Claudia representa la amenaza más peligrosa: alguien que juega limpio en un juego sucio. Su victoria no es derrotar a un villano, sino romper la cadena que convirtió a Patricia en monstruo.  

─Claudia, quería verte y pedirte consejo. Verás que me cuesta trabajo comenzar a contarte este lío ─dijo Gregorio y las manos le temblaban─. Creo, aunque no tengo certeza absoluta, que Patricia es una corrupta desde hace tiempo. Y ahora se ha acercado mucho a la propietaria de la famosa librería. Supongo que algo sabrás de este asunto.

─Claro que lo conozco. ¡Quien no en la policía! La dueña se llama Esther.

─Eso es. Y su esposo fue asesinado también ─recordó Guillermo─. Bueno, ya las he visto juntas y saludándose con sonrisas cómplices y dos besos. No tiene sentido, salvo que… la ambición haya crecido en Patricia. Y Esther tiene ya el Manuscrito.

─Vale. Quid pro quo, Gregorio -dijo Claudia─. Ya hay una persona vigilando a Patricia. Pasa por la oficina mañana sobre las 11:00 y te la presento.

Claudia mantuvo una reunión con sus jefes para debatir qué hacer en el caso. Dados los fiascos en que la Policía Nacional se vio envuelta los últimos meses, Claudia apunto una nueva solución.

─Creo que todos somos conscientes de la fama que estamos generando en el cuerpo. La gente ha empezado a desconfiar de nosotros hace años y no somos capaces de conseguir que el mensaje sea más directo, porque un policía corrupto suma 1 y nadie habla de los 999 restantes.

─Es cierto ─comentó su jefe─. Sigue Claudia.

─Necesitamos un bombazo. Que todos los días se hable en los medios de la Policía Nacional deteniendo a un policía corrupto que ha cometido delitos de todo tipo. Para esto necesitamos contactos al más alto nivel para ─si os parece bien─ llegar a un acuerdo con Esther.

─¿Qué tipo de acuerdo?

─Esther no es una persona famosa, ni tiene a nadie al quien dar cuentas. Creo que si hablamos con ella para intentar llegar a un acuerdo: ella nos pone en bandeja a Patricia y nosotros borramos sus datos. Patricia no merece algo distinto. Y Esther presumo que ya tiene dinero suficiente para vivir holgadamente. Que venda su casa y la librería y que se vaya, de forma definitiva, de España.

─Menuda fiesta se va a montar. Estoy convencido. No tenemos ningún problema con las más altas esferas. Los ministros estarán de acuerdo.

Contempló la adusta cara de su jefe que todavía mostraba algo de duda. Pero inmediatamente volvió a tomar la palabra.

─Claudia, enhorabuena por lo que has ideado ─dijo ahora esbozando una sonrisa─. Ahora te toca rematar la faena ─le faltó decir que les reservara un sitio en la foto─. Si no te llamo hoy, considérate autorizada.

Claudia se puso a trabajar. Llamo a Esther y le avanzo la idea, sin explicar la oferta final. Con dificultad, pero Esther empezó a pensar que el estado español era mejor socio que Patricia.

Mientras tanto Patricia tomaba el sol en la playa del resort, empezó a proyectar su aventura para ejecutar en tres meses. Lo cierto es que la idea era muy simple, pero sin mácula. A ella no le costaría ningún trabajo conseguir cloroformo para rematar con fentanilo. Y ya todo sería para ella, incluyendo la situación de las cuentas en paraísos fiscales. No sabía la cifra en las que, conforme acordó con Esther, ella no sería parte de lo ya obtenido. “Por ahora”. No conocía la cuantía, pero, sin duda, no sería nimia. 

Pero quien había llamado a la puerta no era su esperada Esther. Era Claudia Montes, acompañada de un grupo de militares del país en el que se encontraba Patricia. No entendía aquello, pero al segundo rompió a llorar.

Ahora solo faltaba un largo vuelo y un juicio contundente.


Fin



Miguel Giménez Cervantes

@mgc_autor


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