—Claudia…
—dime, Julio—, ¿sabes lo que estoy pensando?
—¡No tengo ni idea! Dime, ¿en qué piensas, Julio?
—¡Nosotros no podemos tener hijos! ¿Por qué no nos quedamos con este niño?
—¡Julio, no estás en tus cabales! No sabemos nada de él, ni quiénes son sus
padres ni por qué razón lo han dejado en nuestro gallinero.
—¿Tú sabes lo que significa ese código de barras en su brazo? ¡Es como si fuese
un niño especial!
—¡Ya lo creo que lo es! Debería estar durmiendo en su cuna, y lo trajeron a un
gallinero custodiado por dos mastines.
—¡Si no me despierto y no vas con la linterna al gallinero...! ¡Solo Dios sabe
lo que podrían haber hecho nuestros mastines!
—¿Sabes,
Claudia? En un futuro controlado por corporaciones, a los niños, en el momento
de nacer, ya les implantan un código de barras en el brazo. Es su
identificación desde el nacimiento, su acceso a la educación, a los alimentos…
y también su vigilancia. No hay nombres, solo códigos.
—¡¿Pero ¡¿tú qué estás diciendo?!
—¡Este niño puede ser uno de ellos! Debemos empezar a preguntarnos por qué.
—Julio, ¿pero ¿qué estás rayando? Lo que te digo yo es que este niño no ha llegado
aquí por casualidad. Esta es una de esas marcas… sí, de esas de la IA. Y
debieron averiguar que no podíamos concebir, y nos lo dejaron para nosotros.
—Julio, lo
que debemos hacer es dar parte a la Guardia Civil y la Policía. Ellos se
pondrán en contacto con el centro de menores, y nosotros lo que debemos hacer
es seguir intentándolo. Y si no lo conseguimos, tenemos dos opciones: una, nos
quedamos así; dos, nos quedamos con esta criatura y nos mudamos de país. Y
punto. ¡Joder, tú no estás en tus cabales! Debemos proceder con sentido común.
—¿Cuál es
nuestro deber? Informar a las autoridades y quedarnos tranquilos.
—Claudia, tú quieres tener familia. Lo criamos como si fuera nuestro.
—¿Pero te das cuenta de lo que dices? ¿Te has parado a pensar que, de la misma
manera que lo han dejado aquí, pueden venir a buscarlo en cualquier momento?
—Por esa misma razón, nos cambiamos de lugar.
—¿Y tu trabajo? ¿Y la casa? ¿Te has parado a pensar en el riesgo que corremos?
Esa marca obedece a algo que desconocemos, de lo que no tenemos la menor idea.
Es cierto, yo quiero un hijo… o dos. Pero de esta forma, nos complicamos la
vida.
—Julio, nos
podemos complicar la vida… ¿Es eso lo que quieres?
—Yo quiero verte feliz. Y al observarte con esta criatura en brazos, he visto en
ti algo desconocido, un sentimiento maternal que toda mujer lleva en su
interior.
—Julio, no me vengas con milongas. Mañana, a primera hora, damos parte a las
autoridades.
El niño los
mira y sonríe, como si quisiera indicarles algo. Su mirada era muy expresiva,
demasiado elocuente para un niño tan pequeño. Claudia lo aprieta contra su
corazón y le tararea una nana que le cantaba su abuela. Mil pensamientos
pasaban por su cabeza: sentir aquella criatura en sus brazos, aquella marca en
su brazo… ¿Qué le habrían inyectado allí?, ¿Cuál será el mensaje?
Aquella
mirada profunda no correspondía a un niño tan pequeño. Le acerca el chupete y
ve que ya le estaban despuntando los incisivos del maxilar inferior. Aquello
era sorprendente. Un bebé a una edad tan temprana no tenía dientes, ni aquella
mirada tan emotiva, como si entendiese lo que ellos hablaban y manifestase sus
emociones a través de aquellos movimientos oculares.
Aquella
criatura estaba adelantada a su tiempo. ¿Por qué la dejarían en su casa? ¿Cuál
sería la razón? ¿Acaso eran ellos los elegidos para su crianza?
En verdad,
eran personas con un nivel cultural alto. Julio era catedrático en Lengua, y
ella era especialista en neurología y colaboraba en ensayos internacionales.
¿Tendría algo que ver su trabajo para que dejaran a esa criatura en su chalet?
María Soaje
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