Buscar en este blog

lunes, 10 de febrero de 2025

LOS LIBROS OLVIDADOS

CAPÍTULO 3.

 

Hacía poco más de un año que Sara trabajaba en la librería. Sabía por qué estaba allí, pero no por cuánto tiempo. Eso dependía de lo que tardara en aparecer el gran libro, una gran joya del valor incalculable, el libro entre los libros. Un tratado de alquimia medieval que encerraba un conocimiento oculto capaz de transmutar la materia. Quien le pagaba por ello, no tenía prisas. Sabía que tarde o temprano, Ester lo conseguiría. No había libro raro que se le resistiese y, antes o después, daría con él. A Sara le correspondía estar pendiente de sus movimientos; mientras tanto, se dejaba querer por el marido de Ester, Julián Contreras Zarragutiz, que casi le doblaba en edad. Era un hombre muy atractivo, hijo único y heredero de una familia acomodada del País Vasco.

Todo había empezado de la manera más inocente, con un tonteo entre libros: miraditas, roces, sonrisas, insinuaciones… Ella en un principio, sólo quería darle celos al bruto de su novio, pero una cosa llevó a la otra y…, pronto, empezó a anhelar el tacto de sus manos recorriendo su piel. Julián se enamoró de ella nada más verla. Parecía tan delicada y era tan joven… En los inicios se resistía a pasar por la librería, pero terminó por ceder a la atracción y, poco a poco, sus acercamientos se fueron tornando cada vez más atrevidos y tórridos.

La mañana en que Sara supo que el libro había sido adquirido por Ester, se encontraba colocando los libros de una estantería. Era verano, y hacía un calor de justicia. Llevaba un vestido vaporoso que insinuaba sus formas. Se oyó abrir la puerta, pero parecía ensimismada en su tarea. Se la veía concentrada, abstraída en sus pensamientos, ajena a la escena. Alguien se le aproximó por detrás, y ella empezó a sentir unas suaves y cálidas manos posándose sobre sus pechos, así como una respiración jadeante sobre su cuello y unos labios húmedos que se deslizaban por su nuca. Sara se estremeció de arriba abajo, y él empezó a desplazar sus delicadas manos entre sus nalgas mientras sorteaba los pliegues de su vestido. Sin abandonar su posición, ambos acoplaron rítmicamente sus cuerpos, al tiempo que se les oía gemir.

De repente, oyeron que la puerta volvía a abrirse. Se quedaron quietos, petrificados como estatuas y aguantaron la respiración. Sabían que era Ester, ya que la puerta estaba cerrada con llave. Ester pensaba que no había nadie porque en la puerta colgaba un cartelito que rezaba: “Vuelvo enseguida. Perdonen las molestias”. Era uno de los juegos eróticos de los amantes. Ella colgaba el cartel y cerraba con llave, se ponía en una zona no visible desde la puerta, y él jugaba a sorprenderla mientras trabajaba. Pero ese día la sorpresa fue de verdad. Ester no los vio porque estaban fuera de su ángulo de visión, parapetados tras una estantería del fondo. Volvió a cerrar con llave y se metió a toda prisa en la trastienda cerrando la puerta de la misma. Todo muy extraño para su habitual manera de proceder. A las claras, escondía y se escondía de algo.

Los amantes, en ese momento, no pensaban más que en salir del apuro y no ser descubiertos. Julián se recompuso como pudo, con sigilo se dirigió hacia la puerta, giró la llave como si la estuviese abriendo desde fuera, quitó el cartelito, carraspeó como haciéndose notar y preguntó:

—¿Alguien por aquí?

Sara, que había salido a la par, contó hasta 100 y volvió a entrar en la librería como si nada.

—Hola, Julián. ¿Llevas mucho aquí? Había salido a hacer un pequeño recado. ¿Y Ester, sabes dónde está? Llevo desde las 12:00 sin verla.

—Pues no, no sé nada. Acabo de llegar y he visto que estaba el cartelito en la puerta y la librería vacía. ¿Te puedo ayudar en algo, Sara?

—No, Julián, son cosas del inventario, y de eso no sabes nada.

—Ya, lo siento. Para otra cosa que pueda ayudar, me llamas y te contesto. Ahora voy a salir a hacer unas gestiones. Hasta luego.

—Hasta luego.

Sara se quedó a solas reflexionando sobre el comportamiento de Ester, ahora que no corría riesgo alguno. Empezó a sospechar que ocultaba algo porque no salió de allí el resto de lo que quedaba de jornada. Hizo lo propio, atender la librería como si estuviese a solas y marcharse a la hora de cierre. Cuando volvió por la tarde, notó a Ester rara y extasiada, como en otro mundo, Y entonces, lo supo: había encontrado el libro y lo tenía entre sus manos.

A eso de las 20:30, después de cerrar la librería, y una vez rodeada de la seguridad de su apartamento, Sara tomó su móvil para realizar una llamada. Justo en ese momento, parpadeó un nombre en la pantalla. Era su novio. Rechazó la llamada y buscó otro número. Llamó y esperó. Al tercer toque, se oyó una voz femenina con acento extranjero:

—Dime, ¿lo tienes ya?

—No, todavía no, pero sé que Ester lo tiene.

—¿Lo has visto?

—No, no lo he visto.

—Y... ¿Cómo sabes que lo tiene? No me gusta que me hagas perder el tiempo.

—Lo sé. Sólo quería que lo supieras.

—Cuando lo tengas, me llamas, no antes.

—De acuerdo… ¿dejarás que me marche si lo consigo? ¿verdad?

—Tú tráemelo. Luego hablaremos.

La mujer cortó la llamada y Sara se quedó pensativa y algo triste. Le quedaba todo un camino de riesgos y dificultades por delante, y no tenía garantías de nada ni nadie en quién poder confiar.

Ana Cristina González Aranda.

@ana.escritora.terapeuta.

 Sacando los pies del texto

No hay comentarios:

Publicar un comentario