CAPÍTULO 2
Noemí era, desde un
punto de vista genético, una Carranza de libro. Igual que su padre Luciano. No
tanto Jacobo, el mayor, que, según su progenitor común, era idiota. Tampoco
Carlos, el pequeño, que, a decir de éste, era demasiado inteligente. “A los
inteligentes se los come la vida. Es preferible ser espabilada hija”.
Pero
si había un Carranza ortodoxo en esta genealogía, ese había sido el abuelo
paterno Isaac. Tratante de todo, experto de nada, y amigo de cualquier buen
lío, había pasado por la vida envuelto en un carácter tosco, taimado y
desafiante que, paradójicamente, le había procurado más triunfos que derrotas.
Y un sinfín de enemigos.
En sus últimos años, tras la muerte de su esposa y tras pasar el testigo de los chanchullos familiares a sus hijos, había acrecentado su misantropía y esa forma de vida huraña bajo el lema de “¡¡¡Os voy a dar tierra a todos, hijos de puta¡¡¡”, el cual difundía a hijos, nietos y conocidos con reiteradas llamadas de teléfono. “¿Quién es?” ; "El abuelo. Ya está con su cantilena de siempre”; “Madre mía. Tiene el cable tan pelado que cualquier día se electrocuta él solo”.
Pero nada más lejos de la realidad. Isaac Carranza pasó de la octava década sin apreturas, con un aire de superioridad racial cuasi nazi del que también se vanagloriaba. Para dar peso a su teoría de genes supremacistas, llevaba lustros sin calefacción en casa aún cuando el rigor climático lo pudiese exigir pues, según él, el frío le mejoraba las defensas.
De este modo, se paseaba por su gélida morada en pleno invierno en ropa interior, descalzo. Si tenía que bajar a la calle a cualquier cosa, se enfundaba un mono azul de mecánico, calzaba unas sandalias y despachaba cualquier asunto. Tampoco comía mucho, una vez cada dos o tres días porque la cetosis, de la que había leído todo, le limpiaba por dentro.
Como
no podía ser de otra manera, Isaac Carranza un día de marzo dos años atrás,
reventó. Pero no de inanición o de hipotermia. Reventó literalmente su cabeza
contra el bidé por mor de una pastilla de jabón en mal sitio, o en buen sitio
según a quien se preguntase.
El
sitio del abuelo lo ocupó su segundo hijo, Damián, el tío de Noemí. Menos
dotado para los trapicheos que Isaac, pero con una fuerza bruta de choque
superior que le otorgaban sus dos hijos varones, dos energúmenos sin escrúpulos
que no tenían prejuicio ninguno a la hora de cobrar la deuda de alguno de sus
usureros préstamos, o directamente aceptar algún encargo que conllevara dar una
paliza a cualquier desgraciado.
Sin embargo, existía un miembro de la familia Carranza con mejores artes para la farándula delictiva. Noemí había heredado el olfato del abuelo para negocios de más enjundia.
Por eso, en una de tantas comidas domingueras familiares dónde se trataban todo tipo de asuntos de orden mafioso, Noemí detectó un más que lucrativo posible negocio.
Uno
de sus primos tonteaba con una chica desde hacía algún tiempo. Nada serio. A
ella le gustaba el aire de malote de él, y para éste no dejaba de ser una
muesca más en su revolver figurado.
—Se llama Sara. Pues no va y me suelta el otro día
que también está liada con su jefe. ¡Como si a mi eso me importara mucho¡ —dijo
soltando una risotada a la que solo contribuyó su hermano.
—¿La rubita de la librería? —preguntó Damián.
—Esa misma. Según dice mi chica, la que lleva los
pantalones en el negocio de la librería es la mujer. El tipo no pinta nada.
—Otro hombre blandengue como decía el maestro
—contribuyó el hermano.
—Sara asegura que la dueña pierde el culo por
libros raros. Ella cree que muchos los consigue en el mercado negro o algo
peor.
—¿Cómo peor? —preguntó Luciano el padre de Noemí.
—Pues que es posible que encargue algún
“trabajito” para conseguirlos. Me ha comentado Sara que son los
“incuestionables”.
—“Incunables” subnormal —intervino Noemí—. Son
libros impresos en el siglo XV. No hay muchos y el valor de alguno de ellos es
desorbitante.
—Pues a esos se refiere mi novia.
—Ya me extraña —volvió a decir Noemí—. Mucha gente
confunde primeras ediciones antiguas con incunables. Y no tiene nada que ver.
Seguramente alude a esto.
—Sara ha estudiado “bibliografía”, sabe lo que
dice.
—Biblioteconomía tarado.
Pese a las carencias de su primo, a Noemí le llamó
poderosamente la atención que pudiese ser verdad que aquella mujer hubiera
encargado el robo de algún ejemplar de ese tipo para su colección. Si Sara
tenía enganchado al marido por la bragueta, arrimándose a ella era más que
probable que pudieran investigar un poco más sobre aquel asunto.
Aquello podía ser un golpe de nivel. Algo que
buscaba Noemí desde hacía tiempo para subir de categoría a la familia y dejarse
de mediocridades hamponas.
César Sierra.
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