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jueves, 24 de abril de 2025

La Marca - Capítulo 3

* Capítulo 3 *


Julio y Claudia se conocieron siendo aún muy jóvenes, en un café de la zona universitaria de Moncloa, donde ambos empezaban sus estudios superiores. Unas perdidas miradas se encontraron en mitad de la nada de aquel lugar, convirtiendo esa eclosión en una aurora boreal de pasión irracional. No era la primera vez que se habían visto, pero aquel momento había sido el detonador para que sus caminos se enlazasen y se creara un vínculo sempiterno entre ellos. Todo estaba siendo muy rápido, y su relación se iba fortaleciendo día a día. Su conexión había generado una serendipia mutua. Y eso era algo fastuoso y difícilmente repetible, para ser pasada por alto.


Julio separó sus posaderas del taburete donde descansaban mientras disfrutaba de un café con leche, se levantó y se acercó con paso firme hacia ella. Y un simple —¡Hola! —con una seguridad imperial, y una mueca en forma de media sonrisa, bastó para que ella le respondiera de la misma manera. La mecha se había encendido.

Así empezó su historia de amor, aunque esa velocidad para alcanzar el primer clímax en una atracción física mutua, había quedado relegada a un segundo plano, por la inmersión profunda de ambos en sus obligaciones académicas, siempre culminadas con las mejores valoraciones. 


Dando paso así, a un cambio irrefrenable en su tipo atracción, que aún siendo convergente en algún punto del espacio en primera instancia. Se fue transformando de un plano de la atracción física a la intelectual. El respeto estaba inalterado —como su amor. Permitiendo fluir las ansías de crecimiento profesional en sus diferentes áreas. Pero poco a poco, sus momentos de intimidad física se fueron segregando y espaciando más y más en el tiempo. 


Lo que les restaba mucho tiempo para dar cabida a una promesa del pasado, que no era otra que crear una nueva vida fruto de su unión. Había que esperar, al menos, hasta que sus futuros estuviesen claramente bien dirigidos y enfocados en una proyección profesional sin ambages, para poder empezar a abandonar los diferentes métodos de protección usados en sus encuentros casuales, y evitar los embarazos no deseados en ese momento del espacio-tiempo. Pero cuando quisieron reaccionar y dar el paso definitivo, ya los cuarenta se aproximaban peligrosamente en el horizonte.


Pero las ganas por tener descendencia no decrecieron, aunque si la probabilidad de éxito en la capacidad de engendrar un nuevo ser.

Síguelo Mírando con los ojos de la juventud que aún no nos ha abandonado. —Sonreía Julio.

Claudia le miraba embelesado a sus labios cuando lo pronunciaba.


Hoy en día las parejas tienen hijos incluso cuando la mujer alcanza los cuarenta y cinco, si no incluso alguno más. —Le repetía Julio, intentando aportar un ápice de ánimo, para seguir intentándolo. Aún era posible. —Aún no era tarde.

Lo conseguiremos, —no me cabe la menor duda. —Mentía, no sin denuedo.

Y en su rictus, quería esconder un miedo atroz de no ser capaz de conseguirlo. Esa seguridad de la juventud se iba diluyendo de alguna manera con el paso de los años. La edad empezaba a ser un problema en muchos aspectos.

Soy consciente Julio, que somos capaces de lo que nos propongamos. —Una tímida sonrisa se apagaba en el rostro de Claudia. —Tenía muy presente, que lo habían intentado muchas veces, buscando los mejores momentos de fertilidad, pero no habían sido capaces.

Ella seguía siendo fértil, pero las pruebas que la habían realizado a él, habían dado resultados negativos, en la calidad de su esperma.


Lo que Julio sentía hacia Claudia era algo inefable, y quería devolvérselo con una maternidad que ella se merecía más que nadie en el mundo.

Sus quebraderos de cabeza eran muy limitantes desde que supo, que el verdadero origen del problema estaba en su lado.Tenía que hacer todo lo que estuviese en su mano, para corregirlo, se seguía sintiendo fuerte para seguir luchando.

Había estudiado el grado de literatura general en la facultad de filología e iniciado posteriormente su trayectoria profesional en diferentes investigaciones dentro de la propia universidad complutense de Madrid. Incluso llegando a conseguir una cátedra allí. 

Tenía que apostar por una rama completamente diferente a lo que se había formado hasta entonces, y que le diera una nueva visión hacia su nuevo propósito, y no era otra que apostar por una ingeniería genética que potenciara la capacidad de reproducción de sus espermatozoides, y que junto a su habilidad demostrada como investigador durante sus años en la universidad, le pudiera proporcionar un poderoso aliado, y así conseguir ese objetivoPara poder luchar en alcanzar una solución a un problema suyo, que de alguna manera, ellos mismos habían creado, apostando inicialmente mas en lo profesional y dejando a un lado lo personal, cuando seguramente aún había calidad en sus aportaciones.

Había una promesa por delante que cumplir que tenía muchos visos de ser utópica. Era un reto muy importante, y que tendrían por delante como pareja inefable. No podía ser él quien tirara la toalla y dejarse vencer por las adversidades de la vida.

Multiplicó sus esfuerzos y su imaginación, para obtener el doctorado en el menor tiempo posible, y poder optar a encontrar una posición estratégica para seguir una idea que le obsesionaba, y que fue concebida desde su capacidad, y un profundo dolor.


El esfuerzo y el tiempo invertido en una gran empresa de desarrollo genético la permitió ir subiendo de posición en una nueva área en la que se estaba invirtiendo un músculo económico muy poderoso, con el propósito principal de investigar para modificar, y desarrollar embriones alterados genéticamente. Para así mejorar las capacidades de los sujetos que finalizaran satisfactoriamente un protocolo exhaustivo en la ejecución y control. Se empezaba inicialmente modificando durante una primera fase llamada de «prechanging», en ambos interventores —óvulo y espermatozoide el ADN con una técnica muy ingeniosay posteriormente con el avance de la tecnología, se incluyó una segunda fase, añadiendo un agente de IA específico a nivel cerebral, aplicando una técnica de reprogramación sináptica cerebral  a nivel de axones y dendritas, llamada «reprochild». Todo ello, gracias a los estudios e investigaciones llevados a cabo por el equipo de reproducción asistida modificada avanzada, dirigido por doctor Julio de Velasco.

Cuando ya el proceso se encontraba estabilizado y verificado satisfactoriamente,  y en  una fase de ejecución nominal. Julio aprovechando su posición, introdujo en la cadena de procesamiento, una colección de sus espermatozoides, junto con un óvulo de Claudia que accedió a la petición de éste, —para un estudio de un proyecto muy importante que estaba realizando en la empresa que le permitiría dar un nuevo salto crucial en la compañía a la que estaba dedicando tanto esfuerzo.

Aunque por muy bien estudiado y diseñado que estuviese el protocolo y la ciencia tras ello, como en todo, también existían los errores humanos. A pesar del importante desembolso económico que se había invertido en el proyecto, para tener a las mejores mentes.

Pero la responsabilidad de Julio terminaba cuando el sujeto se daba por válido. Nunca quiso profundizar más allá de los sujetos finalizados satisfactoriamente, porque de alguna manera le generaba un terrible dolor que le recordaba su imposibilidad natural de fecundar una especie viva. Esa incapacidad de no poder crear algo como el deseaba, le llevó a no involucrarse jamás en la búsqueda de una solución a los problemas que surgían cuando habían errores, mientras  que ellos jugaban a ser dioses.


* * *


El sonido estridente del politono en su Nokia 3210, se expandía en su oscuro cuarto y extraía de los brazos de Morfeo a Víctor Fonseca, mientras un profundo ronquido expulsaba, tras una apnea del sueño que estaba padeciendo nuevamente y en ese preciso instante. Era una llamada desde el departamento de seguridad de SoftwareGenetics, de la que él era el máximo accionista y presidente. La llamada se reflejaba en el display del teléfono, ya que era uno de los dos únicos contactos, que tenía almacenado en ese teléfono, que solamente era utilizado para emergencias relacionadas de su mundo empresarial.

Mientras intentaba disimular su bostezo, con una voz con la que quería transmitir su energía característica, y una ira desbordante a partes iguales, por haber sido molestado a esas horas de la madrugada. Bramando mientras algún esputo salía disparado de sus fauces, bramó:

— ¿Quién cojones me llama a estas horas? —Ya puede ser importante, lo que me quieres transmitir.

Lo es, señor Fonseca. —Un hilo de voz trémula asomaba al otro lado de la línea telefónica. 

Ha desaparecido un espécimen modelo SB1002 del área de defectuosos en nuestra sucursal en Robregordo. —Concluyó para dar por finalizado su alegato, por haber molestado al mandamás de la compañía, siendo además muy consciente de las horas de la llamada.

¿Cómo es posible que haya podido salir de nuestras instalaciones sin la aprobación del responsable de seguridad?. —Se expresó maldiciendo.

Los productos defectuosos no necesitan tal consentimiento, únicamente queda registrado en una base de datos gestionada por la responsable de ellos. Ha sido a quien nos hemos puesto en contacto como primera opción, pero no hemos sido capaces de localizarla, sale fuera de cobertura. Además el hecho de no poder detectar la señal en nuestro panel de control del sujeto, nos ha hecho el trabajo más complicado. Pero gracias al sistema de control del personal, hemos sido capaces de encontrar la ubicación del GPS que tenemos instalado en su vehículo, y que nos ha llevado a un granja recóndita relativamente cerca de Somosierra.

Algo bien habéis hecho al menos... —comentó sarcásticamente. 

Enviadme inmediatamente las coordenadas de su posición. —Colgó bruscamente un Víctor iracundo, el cacharro que le había perturbado.


* * *


A los sujetos modificados y finalizados satisfactoriamente, tras pasar un proceso de formación y programación muy vigilado, se los integraban a la sociedad, pero siempre bajo la tutela de SoftwareGenetics, controlados y contabilizados por un sistema en forma de código de barras, y un geolocalizador incorporado en una parte de su cuerpo, para poder ser ubicados en tiempo real, antes de su paso final a la vida real .


Pero aquellos productos que durante el proceso de modificación genética no finalizaban satisfactoriamente, un proceso que se daba por terminado, tres meses después de la primera fase celular, para poder aplicar el protocolo de modificación cerebral con IA, mientras tenían un cerebro aún en una fase de desarrollo muy primigenio. Fuese cual fuese la tara detectada, tenían un destino muy diferente, y un protocolo completamente divergente del anterior que se aplicaba. Donde las estrictas normas de localización, dejaban de existir. Ya que su destino final, era ser desechados tras pasar por un sistema de desintegración orgánico, que era una máquina que tenía como misión eliminar todo rastro de los productos desechados. Tras ser dados de alta en un registro de entradas y de salidas, tras finalizar este proceso alternativo. 

Este departamento estaba gestionado por una menuda, excéntrica y trabajadora insaciable, con grandes dotes para poder llevar a cabo semejante labor de extracción de la vida.

Es un trabajo muy muy difícil, al fin y al cabo aunque modificados, y les llamemos productos —¡son humanos!. 

Peor aún, ¡son bebés!, por el amor de dios. Maldecía mientras sus lágrimas humedecían la almohada de su cama, las noches que el alcohol y las drogas no hacían el efecto deseado, en sus lúgubres y solitarias noches.

Esa noche, había llegado un producto defectuoso más, pero algo le removió por dentro...

¡Debo ejecutar el protocolo e introducirlo en la licuadora, así llamaba al equipo donde introducía a los defectuosos. —No había pasado el control de calidad. —¡Porque tenía los dientes muy desarrollados para su edad reflejaba el documento de la tara!, ¡pero si se desarrollan mucho más rápido de lo normal!. —¿Cuál es el problema?... —¡No puedo consentirlo. Tengo que evitarlo a toda costa!. — En su disquisición mental bailaban sus pensamientos.

Puede ser querido por alguien allí afuera. —estaba pensando en su hermano, mientras se le escapaban esas palabras.

Ella se llamaba June, y era la mano derecha del ingeniero jefe del departamento de investigación y desarrollo en el proyecto Saras.

¿Qué hago ahora?.

Quizás conozco a la persona adecuada que nos podría ayudar. Sabía que estaban buscando tener un hijo y que no lo conseguían, pero no podría saber de donde lo había obtenido, ni que era ella...

Registró al niño en el sistema, como si se hubiese completado el protocolo correctamente de deceso. Se montó en el coche que la empresa le había habilitado para sus desplazamientos laborales, con el niño y se puso en marcha.


El señor Fonseca, una vez finalizada la llamada con emergencias de seguridad, marcó el segundo contacto que disponía en la agenda del teléfono.


Tengo una orden de alta prioridad. —Ordenó Víctor.

Me pongo inmediatamente con ello, deje todo en mis manos. —Afirmó al otro lado de la línea. 

Es muy importante. Localiza y lleva a la central, a un bebé de unos pocos meses que se debe encontrar en la dirección que te estoy enviando en este mismo momento por mensaje de texto.


Le aviso en cuanto esté el bebé en mi poder. —El contacto afirmó sin un ápice de duda, que conseguiría realizar el encargo del gran jefe.


Continuará con una nueva visión ...



,Saludos

Jose Mompeán

Hozay como nick de guerra


Nota mental: Cuando encuentre mi propósito en esta vida 2.0, abriría llegado el caso, RRSS literarias, ahora son personales o profesionales propiedad de mi versión 1.0 

jueves, 17 de abril de 2025

Llegada Imprevista

 

—Claudia… —dime, Julio—, ¿sabes lo que estoy pensando?
—¡No tengo ni idea! Dime, ¿en qué piensas, Julio?
—¡Nosotros no podemos tener hijos! ¿Por qué no nos quedamos con este niño?
—¡Julio, no estás en tus cabales! No sabemos nada de él, ni quiénes son sus padres ni por qué razón lo han dejado en nuestro gallinero.
—¿Tú sabes lo que significa ese código de barras en su brazo? ¡Es como si fuese un niño especial!
—¡Ya lo creo que lo es! Debería estar durmiendo en su cuna, y lo trajeron a un gallinero custodiado por dos mastines.
—¡Si no me despierto y no vas con la linterna al gallinero...! ¡Solo Dios sabe lo que podrían haber hecho nuestros mastines!

—¿Sabes, Claudia? En un futuro controlado por corporaciones, a los niños, en el momento de nacer, ya les implantan un código de barras en el brazo. Es su identificación desde el nacimiento, su acceso a la educación, a los alimentos… y también su vigilancia. No hay nombres, solo códigos.
—¡¿Pero ¡¿tú qué estás diciendo?!
—¡Este niño puede ser uno de ellos! Debemos empezar a preguntarnos por qué.
—Julio, ¿pero ¿qué estás rayando? Lo que te digo yo es que este niño no ha llegado aquí por casualidad. Esta es una de esas marcas… sí, de esas de la IA. Y debieron averiguar que no podíamos concebir, y nos lo dejaron para nosotros.

—Julio, lo que debemos hacer es dar parte a la Guardia Civil y la Policía. Ellos se pondrán en contacto con el centro de menores, y nosotros lo que debemos hacer es seguir intentándolo. Y si no lo conseguimos, tenemos dos opciones: una, nos quedamos así; dos, nos quedamos con esta criatura y nos mudamos de país. Y punto. ¡Joder, tú no estás en tus cabales! Debemos proceder con sentido común.

—¿Cuál es nuestro deber? Informar a las autoridades y quedarnos tranquilos.
—Claudia, tú quieres tener familia. Lo criamos como si fuera nuestro.
—¿Pero te das cuenta de lo que dices? ¿Te has parado a pensar que, de la misma manera que lo han dejado aquí, pueden venir a buscarlo en cualquier momento?
—Por esa misma razón, nos cambiamos de lugar.
—¿Y tu trabajo? ¿Y la casa? ¿Te has parado a pensar en el riesgo que corremos? Esa marca obedece a algo que desconocemos, de lo que no tenemos la menor idea. Es cierto, yo quiero un hijo… o dos. Pero de esta forma, nos complicamos la vida.

—Julio, nos podemos complicar la vida… ¿Es eso lo que quieres?
—Yo quiero verte feliz. Y al observarte con esta criatura en brazos, he visto en ti algo desconocido, un sentimiento maternal que toda mujer lleva en su interior.
—Julio, no me vengas con milongas. Mañana, a primera hora, damos parte a las autoridades.

El niño los mira y sonríe, como si quisiera indicarles algo. Su mirada era muy expresiva, demasiado elocuente para un niño tan pequeño. Claudia lo aprieta contra su corazón y le tararea una nana que le cantaba su abuela. Mil pensamientos pasaban por su cabeza: sentir aquella criatura en sus brazos, aquella marca en su brazo… ¿Qué le habrían inyectado allí?, ¿Cuál será el mensaje?

Aquella mirada profunda no correspondía a un niño tan pequeño. Le acerca el chupete y ve que ya le estaban despuntando los incisivos del maxilar inferior. Aquello era sorprendente. Un bebé a una edad tan temprana no tenía dientes, ni aquella mirada tan emotiva, como si entendiese lo que ellos hablaban y manifestase sus emociones a través de aquellos movimientos oculares.

Aquella criatura estaba adelantada a su tiempo. ¿Por qué la dejarían en su casa? ¿Cuál sería la razón? ¿Acaso eran ellos los elegidos para su crianza?

En verdad, eran personas con un nivel cultural alto. Julio era catedrático en Lengua, y ella era especialista en neurología y colaboraba en ensayos internacionales. ¿Tendría algo que ver su trabajo para que dejaran a esa criatura en su chalet?


María Soaje

 

miércoles, 16 de abril de 2025

LA MARCA


 —¡Julio, despierta! ¿Oyes eso? —El codo de Claudia se clava en las costillas del hombre, en un intento de sacarlo de su profundo sueño.

   —¡Joder, qué susto me has dado! ¿Qué pasa? —Julio se incorpora, con el corazón latiendo deprisa. Se gira instintivamente hacia su izquierda para observar el reloj que descansa sobre la mesilla, y que marca las 3:35 horas.

   Claudia pone un dedo en sus labios:

   —Shhhhh. ¿No lo oyes? —susurra.

   El hombre se queda en silencio, atento a los ruidos nocturnos. La ventana está abierta para aliviar el intenso calor que llevan padeciendo estas últimas semanas, de manera que puede oír nítidamente a las cigarras cantando bajo el alféizar y a una lechuza ululando a lo lejos. Son los sonidos habituales en una casa de campo.

   Sin embargo, los perros parecen gemir inquietos abajo, en la puerta de entrada.

   Y un gato maúlla lastimeramente.

   —Claudia, por dios, no es nada. Los perros habrán olido a algún zorro. Y los gatos están en celo. Duérmete. —Julio se da la vuelta en la cama, con un suspiro.

   —No, escucha. —Insiste la mujer—. No es un gato. —Claudia pronuncia las palabras despacio, con voz grave.

   El hombre se sienta de nuevo en la cama y aguza el oído, para escuchar esta vez con más atención. Vuelve a oír los maullidos, envueltos entre los demás sonidos de la granja. Aunque… no, no son maullidos.

   De repente, Julio se hace consciente de dónde proviene ese sonido.

   Y siente un escalofrío recorrer su espalda.

* * *

   La pareja se encuentra ante la puerta del gallinero. Julio lleva una linterna en una mano y, con la otra, intenta apartar a los perros que se han lanzado contra la puerta del corral, nerviosos.

   ¿Qué pasa, precioso? —pregunta Claudia a uno de los mastines, que rasca la madera con las patas y mira a la mujer con un brillo de inteligencia en los ojos. El animal ladra, impaciente, como respuesta.

   —Tranquilos… —Julio palmea los lomos de los dos perros, intentando abrirse paso entre ellos para poder acceder al pequeño edificio de madera en el que descansan las gallinas durante la noche—. Ayúdame —le pide a Claudia, con la linterna entre los dientes. La puerta se atasca normalmente, y con los enormes perros empujándole, no es capaz de abrirla.

   La mujer se coloca a su lado y apoya su peso contra la madera. Con un ruido de bisagras mal engrasadas, el acceso se abre y ellos se meten en el gallinero. Los perros intentan colarse dentro, pero Julio los retiene y cierra la puerta a medias, intentando encajarla lo mejor posible en su marco. Los ladridos se deslizan hacia el interior, amortiguados.

   Las pupilas se dilatan en la penumbra del pequeño espacio. La linterna recorre lentamente la estancia, revelando los cuerpos agazapados de las gallinas. No parece haber nada anormal, aunque pueden oír el sonido que los ha desvelado surgiendo desde la esquina más alejada de la puerta. El hombre dirige el haz de luz hacia esa zona, alumbrando un pequeño bulto que descansa sobre el suelo, entre la suciedad.

   Claudia y Julio se acercan.

* * *

   Está amaneciendo. El sol asoma sobre la colina que hay enfrente de la granja, iluminando las copas de los árboles del bosque cercano. El hombre, asomado a la ventana del dormitorio, piensa en la suerte que tiene de disfrutar de ese paisaje todas las mañanas. No se arrepiente de la decisión que tomaron hace años de dejar la ciudad e irse a vivir al campo. Mira hacia la cama, donde descansa Claudia. También tiene suerte de tenerla en su vida. Se dirige hacia ella. Quizás debería seguir su ejemplo y descansar un rato. No ha podido pegar ojo en toda la noche, no ha parado de darle vueltas a lo sucedido. Con gesto intranquilo, Julio se frota las sienes. ¿Qué van a hacer? Observa el pequeño cuerpo que descansa junto a Claudia y se pregunta por qué se encuentran en esta situación.

   ¿Por qué hay un bebé en su cama?

   Después de la sorpresa inicial de encontrarlo en el gallinero, con la carita congestionada de tanto llorar, decidieron que lo primero que debían hacer era llevarlo a la casa, quitarle los sucios trapos en los que estaba envuelto y bañarlo con agua caliente. El niño no era un recién nacido, debía de tener 2 ó 3 meses, y parecía estar sano. Mientras tanto, intentaron llamar a emergencias, a la guardia civil o a quien fuera, pero no tenían cobertura, como de costumbre. Se plantearon llevarlo ellos mismos en su vieja furgoneta, pero no era buena idea conducir de noche por la peligrosa carretera estrecha y llena de curvas que los separaba del pueblo más cercano. No sabían qué hacer. Además, el pequeño no paraba de llorar, parecía estar muerto de hambre. Lo mejor sería calmarlo primero. Claudia estaba preocupada también porque se pudiera deshidratar, así que prepararon un tazón de leche rebajada con agua a la que añadieron unos copos de avena, y cruzaron los dedos para que no le sentara mal. Después de lo que les pareció una eternidad consiguieron que se tomara todo, y hacia las 5 de la mañana por fin la criatura se durmió.

   Ahora, con la luz del día, lo más sensato sería llevarlo lo antes posible a un hospital o al cuartel de la guardia civil del pueblo del fondo del valle. Sin embargo, Julio piensa en esas opciones y siente una desazón, un malestar en la boca del estómago. Sentado al borde de la cama, mira al niño durmiendo plácidamente y siente que tiene que protegerlo. Su intuición le dice que hay algo turbio en este asunto, si es que puede haber algo más turbio que abandonar a un bebé. Nadie se toma las molestias de llevar a un niño hasta un sitio tan apartado, evitando a los perros quién sabe cómo para ocultarlo en su gallinero, si simplemente quisieran deshacerse de él. Más bien, tiene la sensación de que intentaban esconderlo, protegerlo de algo. O de alguien.

   Claudia abre los ojos, aún somnolienta.

   ¿Sigues despierto?

   Julio asiente con la cabeza.

   ¿No puedes dormir? —musita ella, con voz suave.

   El hombre esboza una sonrisa triste, como única respuesta. En ese momento, el bebé comienza a moverse y abre los ojos. No llora. Claudia se incorpora y lo toma con cuidado entre sus brazos. Un cúmulo de emociones se agolpa en su pecho. Es bonita la sensación de tener al niño así, junto a su corazón. Ellos no han podido tener hijos. Aún siguen intentándolo, aunque hace tiempo que ella perdió la esperanza. Mientras mece al bebé y canturrea palabras dulces, retira la suave manta en la que le han envuelto y acaricia con ternura uno de sus bracitos. Mira a Julio, sonriendo. De repente, nota como la expresión de él cambia. Se acerca a ella.

   —¿Qué le ocurre en el brazo? ¿Qué tiene ahí? —inquiere el hombre, preocupado.

   Anoche, cuando lo bañaron, no se dieron cuenta de ello, pero ahora pueden observar en la cara interna del brazo, cerca de la axila, unas líneas que parecen tatuadas. Se miran perplejos.

   —Es un código de barras. Como los de los productos del supermercado. —Señala Julio, con expresión atónita. Claudia no dice nada, pero el miedo se refleja fugazmente en sus ojos. Abraza un poco más fuerte el pequeño cuerpo, en un gesto inconsciente.

   El hombre se sienta sobre la cama, pensativo. Si tenía alguna duda, ahora sabe que su intuición era acertada. Está convencido de que el niño corre peligro. Tienen que mantenerlo oculto por el momento, nadie debe saber que está allí.

   No, hasta que averigüen qué demonios está pasando.


Sara Blue.

@sarablue333


viernes, 11 de abril de 2025

 Capítulo 9


Patricia se deleitaba por su situación. Mejor de lo calculado cuando empezó su doble vida, que estaba prevista desde el día que terminó su formación en Ávila. 

La subcomisaria Patricia Esteban siempre había creído que merecía más. Más lujo, más prestigio, más de todo. Su sueldo en la Policía Nacional le permitía una vida cómoda, pero no esa vida de élite que tanto anhelaba. Los restaurantes de cinco estrellas, los bolsos de diseñador, los viajes en primera clase... todo eso parecía estar siempre fuera de su alcance.  No obstante, una mujer tan inteligente como ella no se podía permitir improvisaciones en el último minuto. Quería ser paciente.

Al principio, se conformaba con pequeños caprichos, pero pronto la insatisfacción creció. "Yo arriesgo mi vida, tomo decisiones importantes... ¿y esto es lo que me dan?", pensaba con amargura. El poder que tenía como subcomisaria le abría puertas, pero no todas las que ella quería.  

Apoyada en la barandilla de su bonita terraza ─aunque todavía muy pequeña─ con un pitillo sin encender en su boca, en la comisura de los labios. Obviamente no estaba  a la vista de nadie, aunque Patricia se reía porque el cigarrillo escondía su regocijo.

Jessica no era enemigo por mucho que ella quisiera. Una denuncia anónima la dejaría fuera de juego. Patricia controlaba ese incierto eslabón de dónde apareció el Manuscrito.

Cuando alguien se acercaba demasiado a la verdad, Patricia usaba su poder para desviar la atención. Sin pudor. Filtraba casos escandalosos a la prensa para saturar a sus superiores, saboteaba carreras de colegas demasiado curiosos con falsas acusaciones. La lista completa es enorme.

¿Hasta cuándo?  

Patricia no era ingenua. Sabía que el riesgo existía, pero estaba convencida de que, con suficiente control, su juego podía durar décadas. 

"El sistema está podrido, pero solo los tontos caen", pensaba, mientras firmaba otro informe falsificado con su sonrisa de funcionaria ejemplar.  

En el camino hacia la operación más suculenta de su vida se encontraba ─como no─ Esther. La llamo para concretar una cita y Esther no puso objeciones. Es más, parecía encantada con la conversación telefónica.

Y unos días después se vieron en la librería.

Esther había preparado la reunión y el diálogo a mantener con Patricia. Pero en ningún caso esperaba lo que Patricia quería.

─Hola, señora Bonilla.

─Buenas tardes, comisaria.

─Intentaré ser breve y que usted pueda volver a su trabajo. Por cierto ¿podemos tutearnos?

─Claro que sí.

─Bien. En este pendrive hay muchos datos tuyos que podrían enviarte a la cárcel. Pero me he permitido pensar que esa solución no te atrae ─tomó aire de forma exagerada─. Y esos datos podrían no ser expuestos.

Mejor que nadie Patricia sabia los datos que contenía el pendrive. Varios ficheros en los que se veía el nombre de Esther, aunque todo muy deslavazado. Estaba apostando fuerte. Esther no pudo disimular su congoja. Patricia lo vio. Ni siquiera le ha preguntado por la operación en concreto. Pero Esther es también muy inteligente: si pregunta por algo que la policía desconoce, abriría otra brecha de culpabilidad.

Patricia no era una corrupta cualquiera. Sabía que la codicia sin inteligencia llevaba a la cárcel, así que diseñó un sistema a prueba de sospechas. Su doble vida no era fruto de la imprudencia, sino de una meticulosa estrategia.  

─¿Cómo se podría arreglar? ─preguntó Esther, mostrando cierto temblor en su voz. 

─Es muy sencillo. Tanto tú como yo nos hemos quedado solas en este mundo ─hizo una mueca trágica, fingida─. Yo te enseño como ser más hábil con las transferencias y tú me muestras cómo hacer esos negocios que te traes entre manos. Es más, a partir del Manuscrito, somos socias al 50% ─a Esther se le escapó un grito y cara de pasmo─ Vamos, vamos Esther… No me digas que no esperabas esto.

─Claro que imaginaba un acuerdo de este tipo, pero no tan grande y duradero.

─Esther, solo te pido compartir futuro. El pasado es todo tuyo.

En público, Patricia era implacable: lideraba operativos contra el crimen organizado y daba discursos sobre "honor policial". Nadie sospechaba de una mujer que arrestaba narcos mientras, en secreto, negociaba con ellos. Su imagen impecable era su mejor escudo.  

Porque hasta los peores trileros tienen quien las crea santas... y eso es lo más trágico de todo.  

Pero nadie contaba con la aparición de Claudia.

Claudia Montes era amiga de Gregorio. De Gregorio Muñoz. Unos días antes de su desaparición, estuvieron tomando un largo café en un bar cercano al lugar de trabajo de Claudia.

En un mundo de cinismo, Claudia representa la amenaza más peligrosa: alguien que juega limpio en un juego sucio. Su victoria no es derrotar a un villano, sino romper la cadena que convirtió a Patricia en monstruo.  

─Claudia, quería verte y pedirte consejo. Verás que me cuesta trabajo comenzar a contarte este lío ─dijo Gregorio y las manos le temblaban─. Creo, aunque no tengo certeza absoluta, que Patricia es una corrupta desde hace tiempo. Y ahora se ha acercado mucho a la propietaria de la famosa librería. Supongo que algo sabrás de este asunto.

─Claro que lo conozco. ¡Quien no en la policía! La dueña se llama Esther.

─Eso es. Y su esposo fue asesinado también ─recordó Guillermo─. Bueno, ya las he visto juntas y saludándose con sonrisas cómplices y dos besos. No tiene sentido, salvo que… la ambición haya crecido en Patricia. Y Esther tiene ya el Manuscrito.

─Vale. Quid pro quo, Gregorio -dijo Claudia─. Ya hay una persona vigilando a Patricia. Pasa por la oficina mañana sobre las 11:00 y te la presento.

Claudia mantuvo una reunión con sus jefes para debatir qué hacer en el caso. Dados los fiascos en que la Policía Nacional se vio envuelta los últimos meses, Claudia apunto una nueva solución.

─Creo que todos somos conscientes de la fama que estamos generando en el cuerpo. La gente ha empezado a desconfiar de nosotros hace años y no somos capaces de conseguir que el mensaje sea más directo, porque un policía corrupto suma 1 y nadie habla de los 999 restantes.

─Es cierto ─comentó su jefe─. Sigue Claudia.

─Necesitamos un bombazo. Que todos los días se hable en los medios de la Policía Nacional deteniendo a un policía corrupto que ha cometido delitos de todo tipo. Para esto necesitamos contactos al más alto nivel para ─si os parece bien─ llegar a un acuerdo con Esther.

─¿Qué tipo de acuerdo?

─Esther no es una persona famosa, ni tiene a nadie al quien dar cuentas. Creo que si hablamos con ella para intentar llegar a un acuerdo: ella nos pone en bandeja a Patricia y nosotros borramos sus datos. Patricia no merece algo distinto. Y Esther presumo que ya tiene dinero suficiente para vivir holgadamente. Que venda su casa y la librería y que se vaya, de forma definitiva, de España.

─Menuda fiesta se va a montar. Estoy convencido. No tenemos ningún problema con las más altas esferas. Los ministros estarán de acuerdo.

Contempló la adusta cara de su jefe que todavía mostraba algo de duda. Pero inmediatamente volvió a tomar la palabra.

─Claudia, enhorabuena por lo que has ideado ─dijo ahora esbozando una sonrisa─. Ahora te toca rematar la faena ─le faltó decir que les reservara un sitio en la foto─. Si no te llamo hoy, considérate autorizada.

Claudia se puso a trabajar. Llamo a Esther y le avanzo la idea, sin explicar la oferta final. Con dificultad, pero Esther empezó a pensar que el estado español era mejor socio que Patricia.

Mientras tanto Patricia tomaba el sol en la playa del resort, empezó a proyectar su aventura para ejecutar en tres meses. Lo cierto es que la idea era muy simple, pero sin mácula. A ella no le costaría ningún trabajo conseguir cloroformo para rematar con fentanilo. Y ya todo sería para ella, incluyendo la situación de las cuentas en paraísos fiscales. No sabía la cifra en las que, conforme acordó con Esther, ella no sería parte de lo ya obtenido. “Por ahora”. No conocía la cuantía, pero, sin duda, no sería nimia. 

Pero quien había llamado a la puerta no era su esperada Esther. Era Claudia Montes, acompañada de un grupo de militares del país en el que se encontraba Patricia. No entendía aquello, pero al segundo rompió a llorar.

Ahora solo faltaba un largo vuelo y un juicio contundente.


Fin



Miguel Giménez Cervantes

@mgc_autor