--. ) "____¨t – kf ... i -- ^ [y] Lo Extraño
-No olvides quien eres. No olvides quién eres ni de donde vienes.
-Padre, ¡madre! ¡No!
Oliver mueve su cuerpo a punto de convulsionar y se levanta en un golpe y rápido movimiento. En seco, erguido, reblandecido por la visión, el joven de tez morena, pestañea una y otra vez, de manera pausada, volviendo en sí. Se mira las manos. La cama donde está sentado es austera. El resto de la estancia tiene las paredes de madera, sin tratar, salvaje, y no hay nada más a salvo de dos pilas en el suelo con agua y un cuenco con algo enterrado, sembrado, que no ha brotado aún.
También hay una caja, una vieja caja oxidada del paso de mucho tiempo. Abierta.
La luz natural del día, asoma por varios agujeros amorfos en varios puntos de la cabaña, y rendijas que hay en las juntas mal selladas. Es un espectáculo luminoso que blanquea hasta el más terrible sueño bañado en la negrura de un recuerdo que no parece ser cierto.
-No pasa nada. Todo ha sido un sueño. Debo ponerme en pie y ejecutar un rendimiento honroso con el grupo.
El milagro no es caminar sobre el agua, el milagro es caminar sobre la tierra verde del presente para apreciar la belleza y la paz de la que se dispone ahora. Eso dijo Thích Nhat Hand. Lo aprendí durante el periodo de educación antes de que llegásemos.
A través del agujero amorfo por donde se ve el exterior, un hermoso campo; manto verde en al menos cinco tonalidades distintas, hierba fresca y larga se ondea con la brisa, destella cada punta de cada trazo del cuadro que late vivo ante los ojos de Oliver.
Hay otras cabañas. De las cabañas van saliendo, cada uno a su ritmo, en solitario, otros jóvenes; desfilan con armonía coral, orden y disciplina, agradable de contemplar en un grupo de gente que no debe tener ni veinticinco años. Llevan indumentaria sencilla, ataviados con una tela sobre los hombros a modo de estola.
-Lo cierto es que estamos un poco
perdidos. Todos nosotros, los niños que tan pronto dejamos de serlo,
vinimos aquí. Aunque hemos avanzado bastante desde que llegamos. Hemos
construido nuestra aldea, hemos aprendido a alimentarnos de lo que nos da la
tierra y hemos creado enlaces familiares entre nosotros, como nos enseñaron
antes, de cuando la gente sabía vivir en calma. Algo dentro me hace
extrañar, no hemos sido configurados para ello. Lo tengo dentro, un
sentimiento familiar e íntimo que echo de menos. Nostalgia. Un rastro que eliminar. ¿Debo hacerlo?
***
Los colores de las hojas, de aquí a allí, cambiaron de verdes, ocres, amarillas. La pareja continuó, parecía vencida. Los animales nocturnos velan por Claudia y Julio. Velan por el pequeño futuro.
En las montañas, la inmensidad de la naturaleza gobierna la estampa. Allí ha quedado la paciente familia, tras unos meses desde la marcha. La huida.
El
pequeño tiene seis meses. La caja está sobre una corona de viejas
maderas.
Una humilde choza, oscuridad, dentro y fuera. Rojo entorno a la hoguera. Unas mantas. Legumbres, tomates y huevos. El mimbre sostiene los cuerpos. La familia abre los ojos de una siesta.
-He soñado con él. Era mayor y muy guapo.
-Ha llegado el momento de que abramos la caja.
-No estoy segura de que debamos hacerlo.
-Debemos. Esa mujer era buena, Oliver la miró de una manera.
-Puede ser que sea…
-Todo este retrato futurista me pone los pelos de punta. Estará bien. Mira su cara. Sabe más de lo que podemos ver. Estará bien.
Al abrir la caja un código de innumerables dígitos, puntos y símbolos desconocidos, se abre en el vacío de la estancia. Se rebobinan de lo que podría ser un mensaje encriptado. El azul reconocible pondera todas las activaciones digitales que se están llevando a cabo.
Oliver está contento, al menos eso parece; mira la luz como si reconociera las distintas enumeraciones que se van presentando.
El
sonido es extraño, no se sabría identificar como algo que se haya escuchado
antes. Suena como un claxon, pero no es nada parecido a eso, y como un leve pitido de una pelota de plástico desinflándose, y no es nada parecido a eso, luego, como un escupitajo, seguido
de un moco atravesado, un casi estornudo y un casi llanto. Sonidos
irreconocibles, números que no son números. El proceso está siendo completado. Todo pasa aceleradamente. Una luz tenue fulge más brillante, un colapso y un chorro aparentemente inexistente penetra directamente en el centro de
la frente del pequeño Oliver. Le deja una señal.
-Y si hemos hecho mal.
Julio
y Claudia se miran. Luego observan a su hijo. Oliver no muestra estímulos de algo ni de nada.
***
Sombras puntiagudas por toda la estancia. Los picos de cimas altas acechan moviéndose en vertical; la madera, no cruje, silencia la entrada del desdentado fantasma. Sierras punzantes tremendamente cortadas, agitándose. Escondiéndose. De la bondad. A hurtadillas van a profanarla. Como brazos trenzados lo atrapan. Se alargan. Agarran. La criatura no dice nada. La potestad de la sombra arrulla esa suerte. Mece al dormido. Es robada. Inocencia.
(...) Se vino a cobrar el pacto de aquel primer manuscrito. Estaba escrita, la profecía. Una leyenda que bien se sabe que no fue leyenda. Tapada en los siglos por el polvo de una tormenta, una maldición. De Iskender. Así se cumple el pacto. Se lleva a cabo el rapto. El elegido. Será llevado al otro lado.
Y es desde el camino entre la vida y la muerte que esa profecía se hace real. (...)
El texto narra una épica historia fantástica que se torna futurista y absolutamente inverosímil. Al pie del texto aparece un párrafo y una firma.
“No hay un único camino o correcto, cada uno tiene un viaje único que recorrer, sin embargo, lo que une a todos los caminos es la necesidad de autenticidad. Sean sinceros consigo mismos, con sus deseos y miedos. En esa sinceridad encontrarán la llave para desbloquear su mayor potencial. Exploren su verdadero potencial y descubran las infinitas posibilidades que los esperan.”
--Mensaje de un Arcturiano—
-Tonterías místicas. ¿Un
Arcturiano? Menudos líderes con pies de barro. ¡De dónde salió esa propaganda
esotérica sin fundamento ni ciencia! No puede ser eso parte del manuscrito. Aunque
sea un epígrafe sin importancia. Debe ser una burda copia dentro de la caja.
-No te irrites Julio. Vamos a intentar ver más allá. Puede que sea simplemente un código, una vía, una falsa firma de una posible buena idea. Una manera de que los que no sepan leer más allá, no lo lean.
Claudia rompe a llorar. El triste hombre, desencajado mira hacia el montón de tablones de madera donde permanece la caja. Al lado de esos tablones está la puerta de la choza. Dentro está oscuro, y la luz roja del atardecer entra generando una sensación tristemente vaporosa sobre el misterioso objeto. Julio pone su mano en el hombro de su querida Claudia y la traspasa hacia la corona de maderas.
Toma la caja. La observa, su ojo hacia el fondo. La oscuridad. Alguna promesa. Vuelve a dejarla donde estaba. Sus manos tiemblan.
Da un manotazo en una tabla, sale hacia la pradera. Claudia se toma un momento, necesita ese momento.
Fuera es de noche. Las dos siluetas están separadas, quietas, tristes, apagadas.
-Tenemos que ir a buscarlo.
-No existe el camino entre la vida y la muerte Julio.
-¿Y si existe?
-Eso existe cuando estás
muriendo.
-Quizá sea lo que pensemos. Quizá, a mi pesar, haya en esta vida más de magia que de certeza.
-Debe ser algo que no comprendemos. -Claudia pierde el hilo de voz.
-Claudia...
Al entrar en la choza, la caja no está.
***
Oliver realmente no tiene nombre, se enumera 7832468. Pero lo llamamos Oliver.
Oliver se encuentra raro ese día, ha consumido los nutrientes esenciales, pero tiene cierta sensación. No sabe cómo calificarla. Nunca antes había notado así el cuerpo, con turbulencias dentro. Son cargas grandes de nada, como olas de una terrible ventisca sin aire, y le llega el vacío hasta la garganta, desfilando la presión hasta salirse por las orejas; son muy pequeñas, mucho más pequeñas que las orejas habituales. Apenas dos orificios, los que llevan al oído; son arropados por una membrana corta y menos rugosa de lo habitual. Aunque ¿qué es lo habitual?
Su cabeza también es algo extraña, un poco amorfa, y tan pálida, casi blanca. No tiene nada de pelo y lleva una marca en el centro de la frente, se podría decir que es una señal producida por algo que ha penetrado en su piel y hace muchos sueños que debió de suceder.
Su indumentaria, un mono blanco de nailon y viscoso de una única pieza, le cubre el cuerpo entero, incluidos pies y manos. Son sus extremidades algo extrañas. La forma de su cráneo, resulta incluso de una poderosa armonía trascendental. Y si nos fijamos un poco, sus ojos tienen esa profundidad arcaica, de una mirada que, por alguna razón, ha velado su propia naturaleza.
Si
miras ahí, en esa mirada negra, el abismo puede atraparte también a ti.
Oliver ha terminado su jornada unos minutos antes de la hora exacta de fin de conexión que marca el panel que puede ver si alza un poco la vista. Y ese fin de conexión es una hora distinta a la que marca el mismo panel como la hora actual. En realidad, es difícil de saber, el panel tiene unos rótulos electrónicos inteligibles cuyos símbolos parecen marcar una hora y unos minutos, y quizá unos segundos, aunque son formas extrañas, posiblemente un lenguaje, uno muy extraño.
Se ha quedado totalmente en parada silenciosa, no podría decirse que es un ser vivo, uno humano. Ninguna mueca tiene que se asemeje con los rasgos imperceptibles que deja el pulso de un corazón y una mente pensante humana en cualquier cara. Su rostro parece bloqueado o efímero o vacuo; perdido, aunque perfectamente centrado. Quizá en algo absoluto donde se ha volcado todo su ser, y durante mucho tiempo. Quizá demasiado. ¿Dónde está conectado? ¿Qué hay arriba?
Oliver mira hacia arriba, centrado en ese algo que lo gobierna.
Está sentado en un habitáculo negro. Un cubo. Contempla el lugar y, de repente, por primera vez aprecia que es demasiado pequeño, que es demasiado negro y que está demasiado solo allí. Y después de tanto tiempo viajando, ciclos atravesando el espacio y el tiempo en ese cubículo, es la primera vez que piensa de esa manera. Y al darse cuenta de esto, Oliver tiene la certeza de que es la primera vez en diez mil años que piensa.
Y, en el siniestro silencio que envuelve el habitáculo de Oliver, se escucha, no se ve ningún altavoz ni otro dispositivo, pero se escucha, un idioma muy complejo, con escupidos y casi un estornudo, luego una tos muda, un moco atravesado, que viene a decir:
-Se configura el sueño de diez mil años. Configuración en proceso. Proceso terminado.
Beatriz Abad. La Camaleona