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lunes, 27 de enero de 2025

RELATOS A ESCOTE

 

     

Escribir algo a escote implica la participación de diferentes escritores. Cada uno de ellos, con su particular estilo y creatividad, se las ingenia para continuar lo que el anterior comenzó, tratando de darle algún sentido, aunque a veces resulte inverosímil. Con frecuencia salen textos absurdos, pero hermosos, por la diversidad a la hora de relatar.

     Desde aquí animo a los compañeros mapeanos a participar en este enriquecedor proyecto. Solo mándanos un mensaje y te incluiremos.



LOS LIBROS OLVIDADOS.

 

     CAPÍTULO 1

     La mañana del atraco, Esther Bonilla Somosierra, la dueña de la librería, había salido a buscar un café en el bar de la esquina. A sus veintisiete años, se había convertido en empresaria al heredar de su padre el viejo establecimiento, que llevaba en su familia, pasando de generación en generación, más de un siglo. Lo que en un principio había comenzado como el punto de reunión de los lugareños, con los años había ido evolucionando hasta convertirse en un referente dentro del gremio de los libreros. Y Esther, aquella joven de larga melena rizada y ojos negros como el carbón, continuaba con el legado familiar, aprovisionándose de todo ejemplar que le llamara la atención, en un intento de rescatar los libros olvidados para darles una segunda vida.

     Aquella mañana, mientras se encontraba acodada en la barra del bar, esperando a que le prepararan un café largo y un chocolate para llevar, de repente escuchó una algarabía en la calle y, al momento, unos disparos. Todos los presentes en el bar corrieron hacia la puerta, para ver qué había pasado. Cuando Esther escuchó que habían atracado la librería, palideció y, con el alma en un puño, salió corriendo hacia su negocio. Los primeros policías acababan de llegar y trataron de impedirle el paso, pero ella se identificó y la dejaron pasar. Al entrar, no pudo evitar un grito. En el pasillo de la entrada, rodeada de libros por el suelo, estaba el cuerpo sin vida de su empleada, tumbada boca abajo sobre un charco de sangre. El desorden era evidente, sin embargo, contra todo pronóstico, el dinero de la caja estaba intacto.

     El oficial al mando se dirigió a Esther:

—¿Es usted la propietaria? —preguntó.

     Ella solo pudo asentir con la cabeza.

—¿Conoce a alguien que pudiese tener algún motivo para hacer esto? ¿Tiene algún libro lo suficientemente valioso como para que quisieran robarlo? ¿O acaso su compañera tenía algún problema que usted supiera? ¿Algún novio resentido, quizás?

—Sinceramente, no lo sé —respondió la joven—. Es cierto que tengo muchos libros antiguos, pero no creo que sean tan valiosos como para justificar un robo. Y en cuanto a la vida personal de Sara, aunque nos llevábamos muy bien y tenía plena confianza en ella, era muy reservada para sus cosas. Nunca me contó nada de su familia, ni de si tenía novio o no. Aunque, ahora que lo pienso, una vez llegó con el brazo lleno de hematomas. Cuando le pregunté, me dijo que se había caído en su casa, que se había resbalado en el baño y se había dado contra el mueble del lavabo, pero que no había pasado nada. Me resultó extraño y le comenté que si tenía algún problema podía contar conmigo, pero solo sonrió y me dijo que estaba todo bien.

—Bueno, necesitaré sus datos para poder investigar y tratar de encontrar una conexión con lo que ha ocurrido —continuó el oficial. Y también necesitaré que me diga si ha desaparecido algún volumen.

—De acuerdo —dijo Esther—. En cuanto pueda revisar todos los libros, se lo diré. Y los datos de Sara están en su contrato, en el ordenador. Ahora se los doy.

    Se dirigió con el oficial a la trastienda, donde tenía su portátil, y buscó el contrato.

—¡Qué raro! —exclamó pensativa.

—¿Ocurre algo? —preguntó él.

—Estaba segura de que en el contrato aparecían todos sus datos, pero ahora solo veo su nombre y su DNI. No hay dirección, ni teléfono, ni correo electrónico…Es muy raro… Da la sensación de que alguien los borró…

—Creo que, entonces, no nos va a quedar más remedio que llevarnos el ordenador. Nuestros técnicos lo analizarán para ver si pueden encontrar una solución a este misterio. Se lo devolveremos lo antes posible.

     El policía hizo salir a Esther, pues sus compañeros aún estaban trabajando, buscando huellas. Ella decidió esperar, sentada en el banco que estaba frente a la puerta de la librería, mientras observaba al grupo de personas y de material que entraban y salían. De cuando en cuando, echaba un vistazo a los dos lados de la calle, como si, con disimulo, estuviese buscando a alguien. En el momento en que vio al coche azul y gris, con los cristales tintados, parado junto a la esquina, lo supo.

Autora: Rosa M. Calvo